Si Riquelme quisiera a Boca tanto como dice, debería echar a Gago. O pedirle la renuncia, es apenas una cuestión de formas. Y tomar otras decisiones que lo ayuden a enderezar este barco que se hunde irremediablemente por los ineptos que están a cargo del timón, él mismo a la cabeza. Pero Román, como hizo toda su vida, piensa en él. No en Boca ni en Gago. No en lo que es mejor para el club sino en salvar su culo. O el bronce, si prefieren una expresión más delicada.
No hay una sola razón que valide la continuidad de Gago desde lo futbolístico. El equipo no gana, no juega bien, él no tiene ascendencia sobre el grupo y los jugadores no confían en él ni están dispuestos a jugársela por un ciclo terminado e inconducente que no los representa en absoluto. Que no tiene futuro. Y en el que no hay revancha a corto plazo.
Gago no impuso su estilo, no hay una idea reconocible de juego, no mejoró a nadie, destrozó lo poco que funcionaba en el equipo, le quitó confianza a todo el mundo y encima perdió autoridad en momentos clave: no tuvo el pulso firme para detener la cagoneada de Marchesín en los penales ni fue lo suficiente firme como para marcar quiénes y en qué orden debían patearse los penales que habrían de definir el año de Boca, su vida institucional, económica, deportiva y hasta su imagen frente al mundo del fútbol.
El único motivo que justifica la presencia de Gago en la Bombonera, el viernes contra Central, es que puede ser un maravilloso chaleco para las balas que le duelen a Riquelme. No puteadas, sino un descontento como el que la gente manifestó el día de la eliminación, cuando pidió que se vayan TODOS. Es probablemente lo máximo a lo que llegarán en su contra: los hinchas de Boca no puteamos a nuestros ídolos.
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Riquelme tiene miedo de lo que haga o diga la gente, harta de sus errores y de su egoísmo. Cansada de su soberbia y de su manipulación. Del uso y abuso que hace hasta de sus supuestos amigos utilizándolos como escudos. Si no cuida a sus más cercanos (Delgado, por ejemplo), imaginen lo que le hará con Gago. Ponerlo en la hoguera. Dejarlo que lo consuman las llamas de la calentura del hincha.
Si persiste en ese camino, si no echa a los inútiles y se rodea de gente preparada para los casi tres años que le quedan de mandato y que debe cumplir, no sólo estará lastimando a Boca, sino que se estará dañando a sí mismo. Y estará demostrando que así como fue un jugador enorme, es un dirigente mínimo, así de chiquito, indigno de la enorme historia de Boca.
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