No hace falta irse a la B para descender de categoría. Con la estructura actual del fútbol argentino, es muy difícil que a Boca le pase lo que ya sufrieron River, Independiente, Racing, San Lorenzo y todos los demás. Pero hay signos inequívocos de podredumbre, de que dejaste de pertenecer a una élite de clubes. Los síntomas son claros, los resultados no necesitan demasiadas explicaciones. Hace dos años que Boca no juega la Libertadores y, por como viene la mano, vamos derechito a los tres (tachame la Copa Argentina). Este año no participó siquiera de la Sudamericana, que es la B continental. Fue eliminado en la Bombonera por Alianza Lima, un club que hacía una década y media no ganaba una eliminatoria. Perdió clásicos, lo eliminaron del Apertura en su propia cancha, se fue en primera fase del Mundial de Clubes sin poder ganarle a un equipo amateur y ahora Atlético Tucumán, un equipo que pelea el descenso real, lo dejó sin este torneo que es una de las vías más accesibles para entrar a la Libertadores que viene. Aunque una vez más habría que preguntarse: ¿para qué querríamos entrar a la Copa si no podemos ganarle ni a Unión en nuestro estadio?
Anoche, en Santiago del Estero, Boca volvió a pasar un papelón (varios, en realidad), algo a lo que se está acostumbrando peligrosamente. Se fue entre silbidos -tampoco tan fuertes- mientras los tucumanos pedían un minuto de silencio para nosotros, que estamos muertos. El equipo perdió merecidamente y ni siquiera dio tanta batalla, salvo un par de jugadores. Cavani fue silbado cada vez que tocaba la pelota, por primera vez, y es todo un símbolo. A ver, el uruguayo se lo merece solito por lo que (no) hace, pero la reprobación de fondo es para su mentor, el tipo que nos lo vendió como el mejor refuerzo extranjero de la historia. Y el cachetazo final esperaba en la conferencia de prensa de Miguel Ángel Russo.
Miguelo es el jefe del escuadrón antibombas, te convierte un misil en un chasqui boom, pero a veces se pasa y uno empieza a preguntarse hasta qué punto él se cree lo que dice y si está simplemente fingiendo demencia o el tema es más grave. Sin contar la inexplicable formación inicial con un Fabra que no jugaba hace cinco meses (ojo, no desentonó y eso es lo más grave); sin contar el hecho de que guardó dos cambios en medio de la hecatombe, que diga “El equipo me gustó” es mucho. Que un bilardista de pura cepa se queje de un equipo que “se metió atrás” suena a broma. Y que justifique la derrota en un foul a Paredes que no existió (en el 1-0) habla a las claras de la desesperación por salir de ahí y dejar de dar la cara por quien en realidad debería darla y se esconde. A ver, muchachos: no, no hay ninguna campaña contra Boca. O en realidad sí: el promotor de la campaña en contra del club que amamos se llama Juan Román Riquelme. Nuestro mayor ídolo. Uno de los presidentes más impresentables de nuestra historia. Un cínico que nos dice sin ruborizarse que nos quiere mucho, que Boca tiene un plantel fenomenal y que nos llama a ponernos contentos vaya uno a saber por qué.
La fuerte imagen de Russo después de la eliminación de Boca
Este resultado -y esta actuación- no es sólo sacatécnico. Es sacatodo. Algunos piden la renuncia o el despido del Consejo de Fútbol: no sirve, no alcanza. El Consejo es un órgano-escudo, el paraguas debajo del cual se guarece Román en cada fracaso (o sea, todos los días). Mientras él le arma la fiestita de bienvenida a Paredes, a los otros los manda a echar a los técnicos o a los jugadores que no eligen porque a todos los elige él. Una cobardía. Toda la valentía que tenía en la cancha para absorber las presiones se le esfumó y se convirtió en este ser vil incapaz de admitir sus errores al punto tal de hundir la economía del club con tal de no dar el brazo a torcer. De lo contrario, hace tiempo Boca debería haber dejado de pagar salarios millonarios por Romero, Rojo, Fabra, Janson, Martegani, Miramón, Javier García, Advíncula, Cavani, Lema, Figal. Y podríamos sumar a las nuevas joyas, Palacios y Velasco.
Boca es un caos, un desconcierto, un barco a la deriva en medio de una tempestad autoprovocada. Siempre creemos haber tocado fondo y siempre aparece un peldaño más. Por su bien, que es lo que realmente importa en estas circunstancias, Russo no debería seguir. Y todos sabemos que Úbeda no puede dirigir ni el tránsito de un pueblo de tortugas. Cada vez los ciclos son más cortos, se agotan más rápido, aunque este jamás debió haberse iniciado por respeto a la figura de Miguel, que no merece este calvario adicional.
Tiene suerte Riquelme de que el domingo Boca sea visitante y luego haya fecha libre. Probablemente, cuando vuelva a la Bombonera, el clima se haya enfriado un poco detrás de alguna cortina de humo como el nuevo estadio que no se hará o algún refuerzo de último momento, un rengo o algo por el estilo. Como presidente electo por enorme mayoría, Román tiene el derecho absoluto de seguir en su cargo hasta el último día y hasta de buscar la reelección. Ciento por ciento legítimo, legal, estatutario. Ahora, si de verdad quiere al club, hay otros caminos que son más dignos. Son decisiones. Hay que buscar la forma y la manera.
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