El Jardín de la República es tierra de tradición. Cada rincón de la provincia guarda vestigios de aquellas culturas que nos precedieron y que aún hoy están, como un junco, de pie. Entre tambores que resuenan en los cerros y el aroma de la naturaleza en su máximo esplendor, Amaicha del Valle se convierte en escenario de una fiesta vibrante de danzas, coplas y rituales ancestrales: cada año, la Fiesta de la Pachamama cobra vida en Tucumán, como una celebración que recuerda la importancia de honrar y proteger a la Madre Tierra.
Ubicado en la inmensidad de los Valles Calchaquíes, el pueblo de Amaicha del Valle se erige como sinónimo de historia y de cultura, una que permanece intacta desde hace décadas. Desde hace casi 90 años, cada verano las costumbres prehispánicas se mezclan con expresiones culturales contemporáneas, creando un encuentro en el que la naturaleza es el centro de todo. En febrero, cuando la cosecha empieza a mostrar sus frutos y el verano aún se despliega, las comunidades agradecen a la tierra por su generosidad con una ceremonia llena de color y misticismo.
No es el Día de la Pachamama, que se celebra en agosto, sino una festividad popular que une tradición, cultura y espiritualidad en un homenaje profundo a la Madre Tierra. Se festejó por primera vez en 1947, como una propuesta del estado provincial para fomentar el turismo con una celebración folclórica que promoviera los valores tradicionales vallistos. Por la rápida aceptación de los turistas, con el tiempo comenzó a crecer y se volvió una fiesta compleja que sí, también festeja el carnaval.
Además de la fiesta en sí, la celebración de la Pachamama es una oportunidad para valorar y rescatar las tradiciones que han sido transmitidas de generación en generación. En un mundo cada vez más acelerado y desconectado de la naturaleza, este tipo de festividades recuerdan la importancia de la gratitud, el respeto por el medio ambiente y el vínculo con nuestras raíces.
Quizá el momento más importante es el de la elección de la Pachamama. Desde 1949, cada año se escoge una mujer anciana de la comunidad que representa la sabiduría y el espíritu protector de la Madre Tierra. Con su presencia, la celebración adquiere un carácter aún más profundo, reafirmando la conexión entre los pueblos originarios y su entorno. Sin embargo, no es la única: hay encuentros de copleras y comadres, espectáculos y bailes musicales, y también se eligen a la Ñusta, que encarna a la juventud y la tierra joven; el Pujllay, el diablillo del carnaval; y el Yastay, deidad protectora de los animales. Todos ellos, entonces, tendrán en el año venidero una actividad clave: cuidar a la Madre Tierra los próximos meses.
También de fiesta
Todo acontece en el Predio Pachamama, de Amaicha. Una vez que las carrozas ya han desfilado y se presentan las figuras del año, empieza el carnaval. Es la bendición de la nueva Pachamama la que da la señal para que el ambiente se vuelva festivo. La nieve llena el aire, las “bombuchas” comienzan a estrellarse y la pintura llena de color el predio (y a todos los presentes). Y no tenés de otra: hay que unirse a la fiesta, una en que la diversión y los elementos coloridos son protagonistas.
La Fiesta de la Pachamama en Tucumán dura seis días y se vive dentro y fuera del predio en que se realiza. Y claro está, no es solo un evento folclórico; es un puente entre el pasado y el presente, una manifestación de identidad y resistencia cultural. Es una invitación a celebrar, a agradecer y a sentir el latido de la Tierra en cada copla, en cada danza y en cada ofrenda. Y, sobre todo, es una experiencia que deja huella en el alma de quienes la viven, una celebración que nos recuerda que la Pachamama nos da todo, y que es nuestro deber honrarla y protegerla.